miércoles, 20 de marzo de 2013

Un miedo de gran ayuda


Hace casi 5 años perdí una parte de mi cuerpo, mi vesícula, y lo perdí por descuidar mi salud, pensar que comer bien y disfrutar cada tarde de una siesta era lo más placentero, pero no fue así. Subí de peso, no tenía una rutina de ejercicios físicos, tensión y estrés ocasionaron que pasara a una sala de operaciones.

No quería despertar, pero la risa ensordecedora de mi cuñada terminó por quitarme el sueño. Ahí estaba, tendido en una cama, mis hermanos mirándome, y los pocos amigos que vinieron hablaban de cómo era, como si yo hubiese muerto. Sentía un dolor leve en mi pancita, quizás el efecto de la anestesia estaba  pasando, quería cerrar mis ojitos y pensar que todo esto fue una pesadilla y que nadie tocó mi cuerpo, pero no fue así.

Al salir de la clínica sentí un gran alivio, y prometí ordenar mi vida, ya no comería en exceso, evitaría las gaseosas, los chocolates, pero más dolor me causó dejar de beber la rica chelita, por lo menos hasta tener un orden adecuado en mi cuerpo. Y ese dolor extraño que no tomé importancia lo sentía cada vez más frecuente.

Es complicado llevar una vida sin un órgano en tu cuerpo, limitarte a muchas cosas, cambiar de amistades, y entender que la vida es más sencilla cuando no existen exageraciones. Como extraño las noches cuando iba probando de pollería en pollería esos ricos y jugosos pollitos a la brasa, la delicia de un arroz chaufa, los anticuchos de corazón, el riquísimo tamal con mucho ají, la papa rellena y si había tiempo, una rica y espumeante cervecita. Todo ello era mi mayor tentación, pero tenía que limitarlo. 

Conforme pasaban los días, ya sin vesícula, tuve que aprender a comer ensalada de verduras, tomar mucha agua, tener una rutina de ejercicios físicos, beber licor de vez en cuando, lo cual no resultaba difícil, pero había momentos en que no respetaba la dieta y recaía.

Quizás al inicio no notaba los cambios, me sentía normal. Nunca regresé a la clínica, ni siquiera pregunté cuál era la dieta ‘exacta’ para las personas que no tenían vesícula, y seguía comiendo como cualquier persona. Recuerdo que trajeron a casa una riquísima fuente de ceviche, mi mayor tentación, no pude aguantar y comí,  luego vendría un delicioso arroz con pato, y para rematarlo, una gaseosa y no conforme con esto, saqué un pedazo de sandía que estaba en la refrigeradora. Aparentemente todo estaba bien, no sentía nada. 

Mientras estaba escribiendo una hermosa carta para mi amorcito, que en esa época era solo mi amiga, empecé a sentir ese mismo dolor en mi pancita, que era acompañado por un enfriamiento total de mi cuerpo, sudaba frio y el dolorcito se convirtió en un gran dolor. Había pasado muchos años desde que me operaron, y en ese momento todos esos recuerdos volvieron a mi mente, me sentí muy mal, un miedo extraño se iba apoderando de mí.

Durante todos estos años, sin vesícula, he tenido miles de broncas, tensiones, furias, estrés, preocupaciones y otras cosas más. Esto también afectaba mi salud, por una u otra razón, necesitaba dar no uno, sino muchos cambios más radicales en mi vida. Ese miedo extraño ya está sembrado en mí, y me atormenta, así que aprenderé a convivir con él y si fuera posible erradicarlo de mi vida.

Ya era hora de empezar una verdadera rutina y dieta en mi alimentación, de 72 kilos que tenía, llegué a pesar más de 80, la ropa estaba ajustada y podía sentir el cansancio.  Ese maldito miedo estaba alterando mis emociones, no quería sentir es horrible dolor de nuevo, y no se los recomiendo tenerlo.

Tenía que tomar decisiones firmes y seguras. Hoy tengo dos rutinas de caminata, una a las 9 de la noche y otra a las 5 de la mañana, ya no sería en el parque, así que busqué algo más grande, la Plaza de Armas de mi localidad. En lugar de sopa, lo reemplace por una rica ensalada de verduras, desterré de mi dieta el ají, la gaseosa, la cerveza, la mayonesa, los dulces o chocolates y todo tipo de frituras. Antes comía 10 panes, ahora no como ninguno, mi desayuno es un rico juguito de papaya y un par de tostadas. El almuerzo ahora es más racional, antes pedía un súper ‘segundo’, ahora soy más exigente, poco arroz, más ensaladas,  unas cuantas menestras y una tacita con anís o manzanilla. Tengo que ser sincero, me muero de ganas por comer más, pero no sé de donde saco fuerza de voluntad y prefiero tomar agüita o comer alguna fruta.

No quiero que regrese ese dolor, ni que se genere ese miedo,  porque ya aprendí a querer más mi cuerpo, ahora veo los cambios, bajé un poco la pancita y aún tengo que bajarla más. 

Y sé que el cambio más radical vendrá luego, cuando mi supervivencia dependerá de toda mi fuerza física y mental. Sé que un día despertaré y mi pensar será distinto que ahora.

Y como dice letra de una canción de Beto Cuevas: "Tengo que vivir para volver siempre a casa...", quiero vivir aún mucho más y amar cada instante a mi 'Osita'.

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