miércoles, 13 de marzo de 2013

Mi primer paseo escolar



Uno quisiera tener el tiempo suficiente para sentarse por un momento y empezar a escribir, pero no es así, quizás algún día llegue mi hora y lo disfrutaré al máximo. Pero hoy quiero contarles una bonita historia que me pasó de niño. 

Cuántos de nosotros nos quisiéramos regresar a nuestra niñez,  no pensar en los problemas y sólo dedicarnos a jugar  y hacer muchas travesuras.

Habré tenido 10 años, junto a mi hermano habíamos planeado ir al primer paseo escolar, claro está que, previamente tendríamos que hacer “méritos” para que nuestros padres nos otorguen el ansiado permiso. Vamos a recordar el año 1993, cuando aún el género de la salsa estaba golpeando con fuerza en la mayoría de las radios trujillanas, pero también hacía su aparición la fuerza estridente del “Techno”. 

Los muchachos en el salón habíamos elegido viajar a Sausal, la emoción se podía ver en los ojos brillosos de Marcel, Franklin, Manuel y todo el grupo de amigos que teníamos en el colegio. Raúl, mi hermano mayor, estaba maquinando cómo hacer para lograr el permiso de mis padres. 

La idea era sacar buenas notas en el colegio y enseñarlas a nuestros padres, así nos otorgarían el permiso, y al parecer tuvimos suerte. Por mi parte, nunca había sacado un “20” de nota, era algo imposible lograrlo, pero cuando uno le pone empeño y sobre todo confías en Dios y en tus capacidades, te animas a intentarlo. Recuerdo que teníamos examen de Educación Religiosa, y como nunca nos amanecimos estudiando, la meta era sacar la máxima nota. Así lo hicimos, esperamos por 2 días los ansiados resultados y ¿Qué creen? Mi hermano lo logramos, fue la primera vez que sacaba la máxima nota en corta vida escolar.

Mis padres estuvieron satisfechos por la calificación que habíamos obtenido, y nos dieron el permiso para viajar. Por la noche, no pude dormir bien, estaba muy emocionado por el primer viaje escolar. A la mañana siguiente mi madre se había levantado muy temprano a preparar el refrigerio que teníamos que llevar para ahorrar en comida o cualquier gasto, como aún éramos pequeños, no necesitamos llevar mucho: 2 pantalones, 2 short, 2 polos 2 trusas o calzoncillos y nuestro refrigerio. Y claro, mi hermano Raúl como era el mayor, tenía que llevar las cosas y cuidarme.

El punto de encuentro fue en el colegio, ahí encontramos a muchos niños esperando su movilidad, inquietos, algunos lloraban. Nos reunieron junto a otras secciones y viajamos en un solo ómnibus, y salimos rumbo a Sausal, era el primer paseo de mi vida escolar y tenía algo de miedo pero también mucha emoción por conocer nuevos lugares. Luego de una hora y algo más llegamos, el lugar era muy hermoso, mucha vegetación, gente en el campo, casas rústicas y se podía respirar aire puro.

Recuerdo que había un guía y nos orientaba el camino, “¿Quieren ver el río y toda la variedad de peces que hay?”, nos dijo. Claro será espectacular conocer todo, sí vamos, ¿y nos podemos bañar?, fueron nuestras expresiones.

Caminamos por unos minutos y llegamos a un río inmenso, no recuerdo el nombre y no sé si aún exista, al inicio tuve miedo ingresar, pero como veía que el nivel del agua no era alta me arriesgué y pude disfrutar la hermosa naturaleza. Peces enormes pasaban sobre mis pies, jugaban y trataban de morder mis zapatillas, traté incansablemente de coger alguno, pero fue en vano, era tan especial ese momento, que volvería a vivirlo una vez más.

¿Profesora, podemos bañarnos en este río?, preguntó Marcel.
Claro, si han traído su ropa de baño, háganlo, dijo la profesora. 

Entonces empezamos a sacarnos la ropa, yo traía una trusa color azul y mi hermano usaba una de color verde, entramos al agua y empezamos a jugar con los peces, alucinábamos que éramos los mejores nadadores y nos sumergíamos, fue un momento especial. Por casi media hora disfrutamos los mejores momentos en el agua, una y otra vez me sumergía en ella y trataba de abrir mis ojos, quería ver si encontraba algo extraño, alucinaba que existían sirenas o peces grandes al fondo de ese río, todo estaba en mi imaginación.

Casi al promediar las 12 del mediodía, la profesora nos indicó que teníamos que salir del río, porque era momento de almorzar y luego seguiríamos  conociendo más. Quizás estábamos muy emocionados, pero cuando salimos del río, dejamos nuestras trusas en una bolsa y mientras nos poníamos ropa seca, los demás chicos emprendieron la marcha. No había tiempo, emprendimos camino y nos olvidamos la bolsa con las dos únicas trusas que habíamos traído. 

Llegamos a un complejo recreacional, donde nos cobraron 20 céntimos por el ingreso, ahí habían piscinas y un ambiente donde almorzar.

Hasta el momento todos estábamos contentos, yo no extrañaba las trusas, porque ni me acordaba que existían, almorzamos con nuestros amigos y algunas veces compartíamos nuestros alimentos, todo estaba bien, aparentemente. Terminamos de almorzar y el guía nos explicaba algunos atractivos de la zona, luego de varias horas le pedimos permiso a la profesora para ingresar a la piscina y jugar un rato. Ella aceptó, y corrimos a los vestidores, teníamos que cambiarnos de ropa, fue en ese momento que volví a la realidad.

Fer: “¿Raúl, dónde dejaste las trusas?”, 
Raúl: “¿No lo pusiste en la mochila?”
Fer: “No, los dejé en esa bolsa negra, yo pensé que tú lo ibas a guardar, loco”
Raúl: “¿Y ahora, no nos podemos meter a la piscina con las bolas al aire?”

Salimos de los vestidores con la moral caída, todos corrían a meterse a la piscina, y nosotros sólo mirábamos, tenía ganas de meterme calato, pero había niñas en la piscina y me dio mucha vergüenza. Era una situación muy triste, que estaba a punto de llorar. De pronto algo sucedió.

Pude escuchar a lo lejos la voz de una niña diciendo…

“Profesora, ¿de quién es esta bolsa negra?” “Hay dos calzoncillos”, “Lo encontramos tirado en el río”.

No me atreví a levantar la cabeza, estaba muy avergonzado. La profesora empezó a llamar a todos los chicos, y uno a uno le preguntaba si eran o no los dueños de esas trusas, nadie decía nada. No sabía qué hacer, pero luego junto a mi hermano nos acercamos a la profesora y le dijimos que por descuido nos olvidamos nuestros calzoncillos. 

Recuerdo que, la profesora muy tierna se reía de manera cómplice y nos aconsejó tener más cuidado. Pensé que nos iba a regañar, pero fue todo lo contrario, salimos corriendo del vestidor, ya con los calzoncillos puestos y con muchas ganas de divertirnos en la piscina.

Nunca olvidaré el primer paseo escolar, por varios motivos: los peces enormes que querían morderme y jugaban conmigo, aquellas trusas o calzoncillos olvidados, y la felicidad de poder compartir con mi hermano mayor, el primer paseo escolar.

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